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El encuentro... sexual

Categorías: Relatos, Sexualidad
 
 

Él parecía un chico conflictivo: lleno de tatuajes, brazos increíbles y una cara con rasgos duros. Ana se tropezó con él cuando salía del trabajo, una situación entre surrealista y cómica.

Acababa de llover y el suelo estaba mojado; ella al salir de la oficina, se resbaló y casi cayó pero pudo mantener el equilibrio, menos su bolso, que había quedado en el suelo. Se agachó a recogerlo y al levantarse hizo un movimiento extraño que la persona que en ese momento pasaba por su lado no esperaba y chocaron, volviendo a caer su bolso. El chico se disculpó - a la vez que ella también le pedía perdón - y le recogió el bolso del suelo. Javier - así se llamaba - le preguntó de manera divertida qué llevaba ahí dentro que hacía que el bolso pesara tanto. De ahí, surgió una conversación y al cabo de 20 minutos de estar hablando en la calle, decidieron ir a un bar a seguir con la charla mientras tomaban una cerveza.

Al final no bebieron cerveza pero sí unos excelentes cócteles que achisparon a ambos e hizo que el ambiente se empezara a calentar más pronto. Mietras hablaban y bebían, se iban acercando más hasta que el le puso la mano en el muslo, acariciándola. Algo había visto en la actitud de ella (¿miradas intensas? ¿lamerse los labios mientras lo miraba?) para dar ese atrevido paso que Ana se tomó como una invitación a coger la mano que Javier había puesto en su muslo y meterse uno de los dedos en la boca. Él había sido atrevido pero ella ahora le había superado. "¿Cuál sería el siguiente paso?" Se preguntó Ana mientras seguía lamiendo y metiéndose el dedo en la boca. Javier acercó su cara al cuello de ella pasando sus labios mojados y su lengua hasta llegar a su oreja donde le susurró "ven conmigo, te quiero en mi cama". Ella sonrió y le dijo que sí mientras se daban el primer beso en la boca.

Justo él vivía en esa misma calle, mientras se dirigían a su casa, ella tuvo un pequeño momento de lucidez en el que se dijo a sí misma que quizá no era buena idea ir a casa de un desconocido... pero sólo quizá. Sus pies y su instinto sexual le llevaban hasta la casa de ese desconocido.

Una vez en la casa de Javier, para reavivar los impulsos sexuales, empezaron por besarse en la boca, en el cuello... Resultaba que el punto débil de él era ese, el cuello, y si lo tocabas se le activaba su furor interior. Así que cuando Ana le lamió esa zona, él la cogió con fuerza y la acostó en el sofá poniéndose encima de ella. Ana ya se había quitado el abrigo y el jersey, quedándose en camiseta de tirantes, así que era sólo esa pieza de ropa la que separaba a Javier de ella. Él se la quitó y le desabrochó el sujetador. Cogió con sus manos los dos pechos de Ana y con su boca empezó a mordisquear sus pezones, haciendo que ella arqueara su cuerpo como un reflejo frente al placer. La cogió en brazos y, en lugar de llevarla a la cama como le había prometido en el bar, la puso en el suelo, que estaba cubierto con una moqueta. Se quitaron mutuamente la ropa, prepararon el preservativo, hasta que ya no había nada que impidiera que Javier metiera su pene dentro de Ana. Los dos estaban tan calientes que lo único que querían, propio de un instinto animal y reproductivo, era eso. Javier le dijo que se girara y se pusiera a cuatro patas para penetrarla, ella se giró mientras de reojo apreciaba los tatuajes de él; nunca le habían gustado los tatuajes pero en esa situación incluso le ponía más caliente aún. Él la cogió por la cintura y la penetró fuertemente, llenando a los dos de un placer intenso. Mientras la embestía, le acariciaba el clítoris y los gemidos de Ana cada vez eran más fuertes. Javier se movía cada vez más rápido, entrando y saliendo de ella, hasta que eyaculó y sólo quedaron los jadeos de los dos, exhaustos.

Se acostaron uno al lado del otro en la moqueta y, como si de telepatía se tratara, empezaron a reír los dos por lo mismo: cómo tropezarse con alguien en la calle pudo haber desencadenado esta inesperada situación.

Al rato se despidieron con la promesa de verse más veces, aprovechando la cercanía del trabajo de ella con la casa de él. Quedaran más veces o no, cada uno ya formaba parte de los recuerdos increíbles y excitantes del otro. Y es que hay personas que, pese a pasar rápido por nuestras vidas, nos marcan más que otras.


Publicado el 24/03/2013 21:35:31 por Lucre
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